jueves, 9 de julio de 2009

Cada quien tiene su propia explicación conforme a su visión personal de su papel en el mundo. Los llamados escritores “comprometidos”, encuentran su razón de ser en la obligación de participar en las transformaciones que consideran indispensables para un desarrollo armónico y justo de la sociedad en que vivimos.
Los que se adscriben a la teoría del “arte” entienden que escriben sólo para crear belleza y provocar un placer estético en los demás.
Pero, no importa en que posición ideológica se hallen ubicados, todos, absolutamente todos, coinciden en un aspecto: escriben por compulsión, escriben porque están obligados a hacerlo, porque no pueden evitarlo, porque una fuerza irresistible sobre la que no tienen ningún control los impulsa a arrojar sobre un papel en blanco ideas que lo angustian y torturan y de las que debe desprenderse a toda costa. El escritor escribe, pues porque tiene que liberarse de sus propios fantasmas.
Y esto nos lleva a un terreno particularmente movedizo y es de cuestionarnos si el escritor es libre o no de escoger sus temas, planear sus narraciones y desarrollar su obra creativa con absoluto control de todos sus pormenores. Yo personalmente, no lo creo. De igual modo que el escritor no elige su vocación sino que ésta se le impone, tampoco es el amo y señor absoluto de lo que crea, sino que de algún modo su obra también se le impone. Vargas Llosa, el famoso escritor peruano contemporáneo, dijo una vez” “Yo no escojo mis temas, éstos me escogen a mí”, expresando gráficamente esa misma idea.
Los antiguos hablaban de “la inspiración” para explicarse este fenómeno mediante el cual las creaciones de los poetas y escritores parecían tener un origen misterioso ajeno a la voluntad de sus autores. Hoy en día, con los avances de las ciencias psicológicas, apelamos a la teoría freudiana del subconsciente para tratar de comprender esa enigmática situación del escritor, que a veces escribe lo que no ha deseado conscientemente escribir, o no lo ha hecho en la forma que había escogido volitivamente para hacerlo.

Ahora llega el momento de formularnos la segunda pregunta: ¿Cómo se escribe? Es decir ¿qué requisitos debe llenar lo que se escribe para que el propósito de comunicación que persigue el escritor se alcance en la forma más efectiva posible? Tratemos de encontrar una respuesta a esa pregunta.
Antiguamente el escritor de obras narrativas intervenía constantemente en el curso de sus relatos explicándole al lector la razón de los actos que realizaban sus personajes, describiendo el carácter de sus héroes y heroínas y regodeándose en largas descripciones de los lugares donde ocurrían los hechos que relataba.
La moderna literaria ha sobrepasado esa etapa porque la obra literaria del presente es una labor de doble vía que demanda la participación activa del lector. Al escritor de hoy no le está permitido llevar como antes de la mano a su lector. Por el contrario, debe limitarse a poner a actuar los personajes de sus historias, dejar que ellos obren por sí mismos y todo lo que el escritor quiera expresar debe hacerlo por conducto de ellos, a través de lo que ellos hagan, digan o piensen. Esta norma hace tal vez más difícil la tarea del escritor, pero sin duda hace más interesante la del lector.

Y ahora a la tercera y última pregunta: “¿Para qué escribe el escritor?”. Gabriel García Márquez, el más popular escritor contemporáneo de la lengua castellana, cuestionado por una periodista hace algunos años, respondió así a esa pregunta: “Escribo para que mis amigos me quieran más”. Yo creo que en esa frase, aparentemente risueña y superficial, está concentrada la respuesta profunda y fundamental de la pregunta.
En efecto, todo creador literario posee una cualidad que le es indispensable y sin la cual su vocación no podría existir. Esa condición es la sensibilidad. Es decir, la propensión a sentir vivamente, profundamente, los estímulos exteriores; la capacidad de sentir —como si lo padeciese en carne propia— el dolor que sufren los demás; la necesidad de rebelarse contra la injusticia aunque uno no sea su víctima directa. Dije una vez y quiero repetirlo ahora, que esa actitud ante la vida no es otra cosa que el reflejo de un amor muy alto, muy extraordinario, muy privilegiado de amar y el escritor, cuando difunde su obra, busca secretamente que ese amor que siente por los demás le sea correspondido.

Dentro de las limitaciones impuestas por el tiempo y por la modesta capacidad de quien les habla, hemos hecho un esfuerzo para dar nuestra respuesta a las tres preguntas básicas que nos formulamos. Ojalá hayamos aportado algo para el conocimiento de ustedes sobre las motivaciones intimas de ese extraño sector de la raza humana que, como escritor, ejerce una vocación que no ha escogido, la desarrolla sin estar muy seguro de lo que hace y que, como si esto fuera poco, no proporciona los medios económicos para vivir de ella.