viernes, 30 de abril de 2010


El hombre sólo es rico en hipocresía. En sus diez mil disfraces para engañar confía;y con la doble llave que guarda su mansión para la ajena hace ganzúa de ladrón.







Antonio Machado

Todo hombre es sincero a solas; en cuanto aparece una segunda persona empieza la hipocresía.







Ralph Waldo Emerson


El hombre emplea la hipocresía para engañarse a sí mismo, acaso más que para engañar a los otros.



Jaime Balmes


Cuando la hipocresía comienza a ser de muy mala calidad, es hora de comenzar a decir la verdad.







Bertolt Brecht


Más vale un minuto de vida franca y sincera que cien años de hipocresía.


Angel Ganivet
hipocresía


Acto de fingir que se tienen cualidades, ideas y sentimientos que en realidad no se tienen. La palabra hipocresía proviene del latín tardío "hypocrisis" y del griego "hypokrisis", que significan acción de desempeñar un papel. La hipocresía consta de dos operaciones, a través de las cuales se manifiesta en los modos simple y combinado: la simulación y el disimulo. La simulación consiste en mostrar lo que se desea, en tanto que el disimulo oculta lo que no se quiere mostrar. Relacionadas con la hipocresía están la conveniencia, la codicia, el egoísmo, la adulación y la corrupción.
Los hijos y la antorcha



¿Hay un período mágico en el que los hijos se hacen responsables por sus propias acciones? ¿Hay un momento maravilloso cuando los padres nos convertimos sólo en espectadores, en la vida de nuestros hijos, no alzamos de hombros y decimos “Es la vida de ellos” sin decir nada?


Cuando contaba con 20 años, estaba en el pasillo de un hospital esperando a que los doctores pusieran unos puntos en la cabeza de mi hijo y pregunté: “¿Cuándo pararé de preocuparme?”. La enfermera dijo: ¡Cuando salgan de la etapa de accidentes!


Mi mamá apenas sonrió y no dijo nada.


Cuando contaba con 30 años, me senté en una pequeña silla en la clase y escuchaba como uno de mis hijos hablaba incesantemente interrumpiendo la clase y moviéndose continuamente. Como si me hubiera leído la mente, la maestra le dijo: “¡No se preocupe, todos ellos pasan por esta etapa y luego usted, podrá sentarse tranquila, relajarse y disfrutarlo!”. Mi mamá apenas sonrió y no dijo nada.


Cuando contaba con 40 años, me pasaba la vida esperando que el teléfono sonara… que los autos llegaran a casa… que la puerta de la casa se abriera.


Una amiga me dijo: No te preocupes, en unos años vas a poder dejar de preocuparte. Ellos ya serán adultos. Mi mamá apenas sonrió y no dijo nada.


Ya en mis 50 años ya estaba cansada y harta de ser vulnerable. Todavía me estaba preocupando por mis hijos, pero también ya se notaba una arruga nueva en mi frente, aunque no podía hacer nada acerca de ello. Mi mamá apenas sonrió y no dijo nada.


Y continué angustiándome con sus fracasos, apenándome por sus tristezas y absorbida en sus decepciones. Mis amigos me decían que cuando mis hijos se casaran yo iba a poder dejar de preocuparme y llevar mi propia vida. Yo quería creerles, pero me asaltaba el recuerdo de la cálida sonrisa de mi mamá y su ocasional: “Luces pálida hija, ¿estás bien? ¿Estás deprimida por algo?”.


¿Puede ser que los padres estemos sentenciados a una vida de preocupaciones? ¿Es que la preocupación por nuestros hijos se entrega como una antorcha de unos a otros, para que arda en el camino de las fragilidades humanas y el miedo a lo desconocido? ¿Es la preocupación una preocupación o una virtud que nos eleva a lo más alto de la vida humana?


Un día, uno de mis hijos se irritó conmigo. Me dijo: “¿Dónde estabas? ¡Desde ayer que te estoy llamando y nadie me respondía! ¡Estaba muy preocupado!”


Y yo sólo me sonreí y no dije nada… La antorcha había sido entregada. l